El tal McNamara
Por tener, la maleta tenía incluso el mismo perfil abombado y con rozaduras, de tanto
restregarla por los aeropuertos del mundo. Hasta un copista habría mostrado dudas para
diferenciarlas. Sentado junto a ‘Coby’, que jadeaba sacando la lengua de manera
burlona, como si con él también fuera la fiesta, eché un ojo al calendario, examinando
las posibilidades que me quedaban. Entonces recibí el whatsapp de Juan. Las once
menos cuarto. Todos estaban esperando para el almuerzo. Resignado, devolví la mirada
al chucho. Creo que incluso asintió cuando repetí en voz alta que lo de SEUR no había
sido una buena idea. El maletero es pequeño, vaya excusa. Si mi madre lo decía tantas
veces, con toda la razón. “Un desastre, jomío… un desastre”. Pues sí. Los pantalones y
la camiseta que me había prestado mi hermano no sobrevivirían más allá del chupinazo.
Pensé en el tal McNamara, en sus vacaciones de playa levantina a 40 grados, en la cara
que pondría cuando viera mi pañuelo rojo del Tudelano y la colección de bermudas
blancas. Poco podía hacer yo con seis bañadores estampados de florecitas y palmeras.
Bueno, ponerme uno en la corrida del 25. Venía Padilla. Seguro que daba la nota.
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